Era una tarde insólita.
Buscábamos capullos de amapola e intentábamos adivinar el color de la flor nonata.
—Blanca —decía mi hermana.
—Roja —apostaba yo.
Y las suyas siempre eran níveas como su risa y sus ojos oscuros resplandecían. Las mías eran encarnadas como mi sangre ahora formando charcos en la carretera.
Mi hermana grita y sus ojos están arrasados por las lágrimas. No entiendo qué me dice, pero le contesto: «blanca»
Es una tarde extraña.
Terrible y poético.
Cómo lo consigues?
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Y tan extraña. Ahora lo de nívea y nonata a mi sí que me ha dejado arrasada
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Tus microcuentos me hacen poner la piel de gallina. ¡Son adictivos!
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Me encantó. Es muy triste pero lo cuentas con gran naturalidad, como si fuera una circunstancia más en la vida, simplmemente extraña. Tal vez así debe ser.
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Bienvenida al Jardín 🙂
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