Un botón azul.
De la camisa que llevabas la última vez que nos vimos.
Aunque no sabíamos que era la última vez.
Un boli que no pinta.
Con el que escribí aquellos versos ridículos sobre tus ojos.
El recibo de una cafetería del centro.
Dos cafés con leche y una porción de tarta para compartir.
Una flor marchita.
Que nunca deshojé con la esperanza de encontrar la respuesta en sus pétalos.
Y un corazón caducado.
Lo que no caduca es tu capacidad para sorprender.
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Ni tu amistad, y eso sí que es un tesoro 🙂
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