Llegas tarde.
Las llaves, el móvil y la cartera.
«Se me olvida algo».
¿Las otras llaves? Gruñes, maldices, vuelves a abrir la puerta y están sobre la mesa de la entrada. Las coges y te quedas a medio camino. Esa inquietante sensación de que olvidas algo vital.
¿La autorización? Palpas los bolsillos de la chaqueta para asegurarte de que está bien guardada. Repites otra vez como un mantra sagrado: las llaves, el móvil, la cartera, las otras llaves y la autorización.
«Se me olvida algo», piensas al cerrar la puerta. Llegas cinco minutos más tarde.
Aprietas el paso y sales a la calle como una fiera. Una señora se cruza contigo y grita aterrorizada. Te giras para mirarla pero no la ves. Te llevas las manos a la cabeza pero no la encuentras.
«Mierda, me he vuelto a olvidar la cabeza».