Conquistador

De pie, solo en la playa desierta.

Abandonado por el pescador que se alejaba a toda velocidad en su bote. «La isla está maldita», repitió por última vez con voz átona. Ni siquiera le deseó buena suerte, sabía que estaba condenado desde el momento en que le pagó por el transporte.

La brisa levantó la arena y formó remolinos a su alrededor.

Un niño, con la cara cubierta de polvo amarillo, se asomó entre las palmeras y caminó hacia él.

El explorador permaneció inmóvil, conteniendo la respiración, como si el niño fuese a desvanecerse en el viento. Se detuvo solo a dos pasos de distancia, pero en sus ojos brillaba la violencia, el odio y el terror.

El niño se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo de madera en el pecho. Su grito primitivo de vencedor se mezcló en el aire con el silbido de tres mil flechas.

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