…1000 palabras. Lo sé, lo sé, pero es que en este blog solo escribimos {micro}cuentos.
Así que esta semana te propongo un reto especial y esta imagen tiene mucho que ver.

Te propongo escribir un {micro}cuento de 50 palabras exactas inspirado en esta imagen. Esa persona, ¿quiere entrar o salir? ¿Necesita ayuda o es una amenaza?
Si 50 palabras se quedan cortas porque esta imagen da mucho juego a tu creatividad, puedes extenderte hasta un relato corto de 1000 palabras.
RETO > Escribe en primera persona.
Como siempre, las mismas normas. Y el tema es libre.
> Responde a este post con tu {micro}cuento o relato corto.
> Puedes ponerle título…. y las palabras del título NO cuentan en las 50 del {micro}cuento.
> No se admiten textos ofensivos.
> No hay fecha límite. El post quedará abierto para comentarios, pero si quieres dejar de procrastinar y enfrentarte a la página en blanco, ponle tu propia fecha y cumple con el plazo.
Diviértete. ¡Feliz semana!
SIN ESCAPATORIA
Solía perder días en decidirme a escribir las primeras líneas de una novela, aunque la historia tirara de mí con hilos invisibles.
Esta vez, además, una inquietante sensación se colaba en el argumento con final feliz que ya había trazado. Respiré hondo para alejar la ansiedad y me senté frente al teclado. Debía empezar. En la pantalla fue apareciendo la primera frase.
“No era una mañana cualquiera, el viento llevaba consigo la cólera de las olas, la misma que encontré en tus ojos cuando descubrieron lo que nunca debieron saber.”
Me detuve. ¿Qué había escrito? Nada de lo que mis pensamientos habían dictado. Pulse la tecla de suprimir hasta que desapareció la última letra, con la premura de quién prefiere olvidar a entender. Tiré de la silla hacia atrás mientras cerraba los ojos un instante.
Volví a empezar.
“Todo cambió el día en el que Elisa recibió una carta. Nada hacía presagiar…”
El aire pareció enrarecerse. Las palabras dejaron de deslizarse entre mis dedos, indecisas, enmudecían. Con su silencio se hizo presente el zumbido del ordenador con una insistencia desagradable. Necesitaba poner música.
Unos minutos después, las relajantes notas de “El alma en la lluvia” invadieron el espacio y pude seguir dejando que las palabras dieran voz a mis personajes.
La reproducción del CD llegó a su fin y, de nuevo, solo el rítmico golpeteo de las teclas acompañó a mis pensamientos.
La luz se suavizó tras la ventana. La tarde daba pasó a una noche más.
De repente, me quedé en blanco, releí y nada de lo escrito me pareció suficiente, nada me distinguía de la infinidad de libros que se publicaban a diario.
El ordenador se apagó de súbito, la pantalla solo me ofrecía oscuridad. Maldecí para mis adentros.
No sabía si volver a encender el portátil o ahogar mi frustración en una copa. En ese momento escuché cómo se movía la manija y el chirrido de las bisagras al abrirse la puerta. Fui incapaz de girarme. El sonido de unos pasos que delataban una leve cojera erizó mi piel como si la acariciara un afilado cuchillo. Se acercaban inexorables, protagonistas imposibles en la soledad de mi habitación.
Mi instinto de supervivencia reaccionó por fin y me levanté con brusquedad. La silla cayó hacia atrás con estrépito y mi corazón empezó a retumbar en mi pecho de tal forma que dejé de escuchar las pisadas. Me volví empuñando un bolígrafo, un arma irrisoria en cualquier thriller que se preciara.
No había nadie.
El boli se escapó de mis manos y me incliné apoyándome en mis rodillas. Al alzarme, pequeñas gotas de sudor recorrieron mi nuca y bajaron cada vez más frías por mi espalda.
Mi mirada se desvió hacia la ventana. Una silueta se recortaba al trasluz y unas manos de dedos alargados se apretaron contra el cristal conectando con la profunda angustia que me atenazó. Dejé escapar un grito desgarrador y sentí el impulso de hacer desaparecer la distancia que nos separaba. Puse las manos sobre esas otras que me gritaban un mensaje que aún no era capaz de descifrar.
El tiempo se ralentizó y no podía desarraigarme de la irrealidad que estaba viviendo.
No sé si fueron minutos u horas, ni cuando cerré los ojos. Solo sé que, al volver a abrirlos, estaba apoyando las manos en el espejo.
Mi imagen me devolvió la cordura, solo huía de mí mismo.
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SIN ESCAPATORIA
Solía perder días en decidirme a escribir las primeras líneas de una novela, aunque la historia tirara de mí con hilos invisibles.
Esta vez, además, una inquietante sensación se colaba en el argumento con final feliz que ya había trazado. Respiré hondo para alejar la ansiedad y me senté frente al teclado. Debía empezar. En la pantalla fue apareciendo la primera frase.
“No era una mañana cualquiera, el viento llevaba consigo la cólera de las olas, la misma que encontré en tus ojos cuando descubrieron lo que nunca debieron saber.”
Me detuve. ¿Qué había escrito? Nada de lo que mis pensamientos habían dictado. Pulse la tecla de suprimir hasta que desapareció la última letra, con la premura de quién prefiere olvidar a entender. Tiré de la silla hacia atrás mientras cerraba los ojos un instante.
Volví a empezar.
“Todo cambió el día en el que Elisa recibió una carta. Nada hacía presagiar…”
El aire pareció enrarecerse. Las palabras dejaron de deslizarse entre mis dedos, indecisas, enmudecían. Con su silencio se hizo presente el zumbido del ordenador con una insistencia desagradable. Necesitaba poner música.
Unos minutos después, las relajantes notas de “El alma en la lluvia” invadieron el espacio y pude seguir dejando que las palabras dieran voz a mis personajes.
La reproducción del CD llegó a su fin y, de nuevo, solo el rítmico golpeteo de las teclas acompañó a mis pensamientos.
La luz se suavizó tras la ventana. La tarde daba pasó a una noche más.
De repente, me quedé en blanco, releí y nada de lo escrito me pareció suficiente, nada me distinguía de la infinidad de libros que se publicaban a diario.
El ordenador se apagó de súbito, la pantalla solo me ofrecía oscuridad. Maldecí para mis adentros.
No sabía si volver a encender el portátil o ahogar mi frustración en una copa. En ese momento escuché cómo se movía la manija y el chirrido de las bisagras al abrirse la puerta. Fui incapaz de girarme. El sonido de unos pasos que delataban una leve cojera erizó mi piel como si la acariciara un afilado cuchillo. Se acercaban inexorables, protagonistas imposibles en la soledad de mi habitación.
Mi instinto de supervivencia reaccionó por fin y me levanté con brusquedad. La silla cayó hacia atrás con estrépito y mi corazón empezó a retumbar en mi pecho de tal forma que dejé de escuchar las pisadas. Me volví empuñando un bolígrafo, un arma irrisoria en cualquier thriller que se preciara.
No había nadie.
El boli se escapó de mis manos y me incliné apoyándome en mis rodillas. Al alzarme, pequeñas gotas de sudor recorrieron mi nuca y bajaron cada vez más frías por mi espalda.
Mi mirada se desvió hacia la ventana. Una silueta se recortaba al trasluz y unas manos de dedos alargados se apretaron contra el cristal conectando con la profunda angustia que me atenazó. Dejé escapar un grito desgarrador y sentí el impulso de hacer desaparecer la distancia que nos separaba. Puse las manos sobre esas otras que me gritaban un mensaje que aún no era capaz de descifrar.
El tiempo se ralentizó y no podía desarraigarme de la irrealidad que estaba viviendo.
No sé si fueron minutos u horas, ni cuando cerré los ojos. Solo sé que, al volver a abrirlos, estaba apoyando las manos en el espejo.
Mi imagen me devolvió la cordura, solo huía de mí mismo.
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