Según alcanzaba la última página y cerraba el libro. Antes incluso de exhalar ese suspiro entre satisfecho y reflexivo que producen las historias acabadas. Antes, incluso, ya estaba mi madre ofreciéndome la siguiente lectura.
No me gusta leer.

Mi madre sonreía. Con la resignación de mis diez años le devolvía el libro terminado y con la otra mano abría el siguiente por la primera página.
Y esta tarde me vuelve a la mente su sonrisa silenciosa, sus ojos cálidos y sus manos llenas de libros infinitos. Vuelve su presencia eterna, tan lejana ya.
Y ahora qué leo, mamá.

Muy entrañable. Me alegra leere de nuevo. Un abrazo.
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Y a ti Nuria, ¿quién te daba libros infinitos?
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