Este tren.
Que avanza miserable a través de la niebla. Gael se pone en pie, se sube el cuello del abrigo, mira a su alrededor y solo ve asientos vacíos. El único pasajero de este vagón vuelve a sentarse resignado. Mira por la ventana y solo ve la niebla. Espesa, profunda y plomiza.

Una voz lejana pronuncia su nombre. ¿Alguien llora? Siente unos dedos acariciando su cara. Un beso. Gael tiembla y se tambalea en su asiento. «Estoy bien», le murmura a la voz lejana, «voy en el tren».
A su lado el revisor le entrega el billete. Solo ida.
