Me cuenta Nuria que este post de los lunes es una inspiración, un entretenimiento y el borrador de nuevas historias. Así que en su honor, esta semana vuelve el reto de las 1000 500 100 50 palabras a este blog.

Me cuenta Nuria que este post de los lunes es una inspiración, un entretenimiento y el borrador de nuevas historias. Así que en su honor, esta semana vuelve el reto de las 1000 500 100 50 palabras a este blog.
…1000 palabras. Lo sé, lo sé, pero es que en este blog solo escribimos {micro}cuentos.
Así que esta semana te propongo un reto especial y esta imagen tiene mucho que ver.
La oxidada campana apenas tintinea al abrirse la puerta del modesto negocio. Su octogenario dueño permanece absorto en la tarea hasta dejar bien firme la brida de la cometa que está reparando. Acaricia su vela amarilla y se quita las gafas.
Diez años haciendo lo mismo cada noche.
Jesús conoce la lista de puntos de seguridad de memoria. Algunas veces, hasta le parece oír a Mateo, su predecesor, leyéndola con aquella voz suya tan particular, profunda y monótona.
El ascensor llega al quinto piso precedido por el chirrido de cables mal engrasados y el eco de la fricción metálica de las poleas. Se abren las dobles puertas y ahí está: es él.
No puedo creer lo que ven mis ojos y, por su expresión de inmenso espanto, él tampoco.
Es como contemplar mi propio reflejo: idénticas facciones, barba de tres días, el mismo cuerpo, ¡hasta la forma exacta de caminar! Lo único distinto es el pelo. El mío se descuelga de mi cabeza descolorido y sin vida; mientras que mi doble todavía mantiene su cabellera negra, igual a la mía antes de…
¿Antes de qué?
El anciano encontró la llave en el primer peldaño, junto a las botellas de leche fresca. Se agachó sin prisa. Podía sentir sus huesos curvándose bajo el peso de los años amontonados sobre ellos. Recogió la ajada llave del suelo y la puso en el bolsillo izquierdo de su camisa, junto al corazón.
El ascensor llega al sexto piso precedido por el chirrido de cables mal engrasados y el eco de la fricción metálica de las poleas. Se abren las dobles puertas y David sube impaciente: llega tarde a la reunión con su cliente más importante. Pulsa el botón del primer piso y contiene la respiración al sentir un pequeño temblor: el ascensor está bajando.
Con un ruido ensordecedor, el ascensor se descuelga, se inclina, araña las paredes del hueco vertical y se detiene dejando un silencio infinito y a David encogido en un rincón con los ojos desencajados. Intenta estirarse para alcanzar el botón rojo de “emergencia”, pero la cabina cede otro poco y David se queda paralizado.
En el inicio de los tiempos solo hubo silencio. Silencio y miedo.
Mil meteoros se desprendieron del universo infinito y descendieron sobre el mundo conocido como inmensos proyectiles de fuego. Rompieron su superficie hendiendo profundos precipicios de los que surgieron monstruos feroces de sueño interrumpido.
El ascensor llega al séptimo piso precedido por el chirrido de cables mal engrasados y el eco de la fricción metálica de las poleas. Se abren las dobles puertas y Valle sube impaciente. Pulsa el botón del primer piso y aprieta los libros de la academia de alemán contra el pecho al sentir un pequeño temblor: el ascensor está bajando.